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Página:Cuentos para los hombres que son todavía niños.djvu/96

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Sus manos fuertementes oprimidas contra el pecho, trataban de sentir la última caricia pura, la caricia de la Virgen de los Desamparados, que colgaba a su cuello. Acercándola a sus labios, puso el beso desmayado de su alma en la imagen bendita, y en un impulso desesperado arrancó de su cinto la espada del hidalgo, para atravesarse el corazón.

Pero el viejo puño de bronce cedió, abriéndose en dos, y cayó de su hueco este amarillento pergamino.


A Gonzalo de Lara


"Hijo mío:

Guíame al legarte estos consejos un sentimiento de humanidad, y el propósito de volverte un caballero serenísimo, dueño de tus pasiones y de firme voluntad, como tal debe ser el hombre