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Página:Cuentos valencianos (1910).djvu/124

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V. BLASCO IBÁÑEZ

Podía decirse que el cura acababa de ver por primera vez á Toneta. La hermana ideal, que en su imaginación casi se confundía con la figura azul que pisaba la luna, habíase convertido de pronto en una mujer.

El, que jamás había descendido con su vista más allá de la fresca boca siempre sonriente, y que miraba á Toneta como esas imágenes de lindo rostro que bajo las vestiduras de oro sólo guardan los tres puntales que sostienen el busto, pensaba aho ra, con misteriosos estremecimientos, que había algo más, y veía con los ojos de la imaginación el terrible enemigo con todas sus redondeces rosadas y sus graciosos hoyulos: la carne, arma poderosa del Malo con que abate las más fuertes virtudes.

Odiaba al Moreno, su compañero de la niñez. Era un buen muchacho, pero no podía tolerarse que su rudeza brutal hubiera de ser la eterna compañera de la florista. No debía consentirse, lo afirmaba él, que estaba arrepentido de haber realizado la boda.

Pero inmediatamente sentíase avergonzado por tales pensamientos, se ruborizaba al considerar que aquella protesta era envidia, impotencia que se revolvía en forma de murmuración.

Hacíale daño el contemplar la felicidad