El conocía un guapo que se creía una fiera porque le habían vestido de señor; mentira, todo mentira. El muy fachenda, hasta intentaba presumir y le hacía corrococos á María la Borriquera, la cordobesa que cantaba flamenco en el café de la Peña... ¡Ya voy!... Ella se burlaba del muy bruto; tenía poco mérito para engañarla; la chica se reservaba para hombres de valía, para valientes de verdad; él, por ejemplo, que estaba cansado de acompañarla por las madrugadas cuando salía del café.
Ahora sí que no valieron las benévolas insinuaciones de los hermanos mayores. Pepet estaba magnífico, puesto de pie, irguiendo su poderoso corpachón, con los ojos centelleantes bajo las espesas cejas y extendiendo aquel brazo musculoso y potente, que era un verdadero ariete.
Respondía con palabras que la ira cortaba y hacía temblar:
— Aixó es mentira. ¡Mocos!
Pero apenas había terminado, un vaso de vino le fué recto á los ojos, separándolo Petet de una zarpada é hiriéndose el dorso de la mano con los vidrios rotos.
Buena se armó entonces... Las mujeres de la alquería huyeron dentro lanzando agudos chillidos; todo el honorable concurso saltó de sus silletas de cuerda, rascan-