su espalda y atropellando en la desbocada carrera á uca vieja que barría tranquila mente su portal.
No era floja la paliza que le soltarían en casa al verle de vuelta con el capazo vacío> y esta consideración fué lo que le dio valor. Llegaban hasta él los gritos de los otros fematers en las inmediatas calles, agudos, insolentes, como cacareos de gallo, y tímidamente, temblando de que alguien le oyese, murmuró con voz que parecía el balida de un cordero:—Ama, ¿hiá fem?
Y así recorrió un par de calles,
— Entra, chiquillo, entra.
Era una buena mujer que le hacía señas indicándole las barreduras que acababa de amontonar junto á una puerta. ¡Pero qué simpática resultaba aquella mujer! El regalo no era gran cosa; polvo, puntas de cigarro, mondaduras de patatas y hojas de col; el estiércol de una casa pobre. Nelet lo recogió todo con la satisfacción del aventurero que triunfa por primera vez, y siguió adelante mirando los balcones, los pisos superiores, que él llamaba casas grandes, donde se comía bien, y en las covachas de la cocina había para meter la mano y el codo.
Pero ¡rediél! (y se rascó la roja frente llena de arañazos) estaba perdiendo el tiem-