po. Había olvidado sus relaciones de la ciudad: la casa de Marieta, su hermana de leche, donde había estado algunas veces <3on su madre.
Y tras indecisiones y rodeos dio por fin con la calle sombría y solitaria cerca de los juzgados, y el caserón de húmedo patio en cuyo piso principal vivía don Esteban el escribano.
Aquella mañana era de desgracias.
En el patio estaba la portera, una bruja que le recibió escoba en mano, faltando poco para que le saludase con dos hisopazos en la cara.
Ella no quería marranos que le ensuciasen la escalera. Todos los inquilinos tenían su femater. ¡Largo, granuja! ¡Quién sabe si subiría con intención de robar algo!
Y el tímido labradorcillo, retrocediendo ante la iracunda bruja, protestaba con voz débil, repitiendo siempre la misma excusa. Era el hijo de la tía Pascuala, á la que todo Paiporta conocía, el ama de Marieta; ¿no sra bastante? .
Pero ni el nombre de la tía Pascuala ni ^1 del mismo Espíritu Santo ablandaba á la portera y á su fiera escoba, y Nelet, retrocediendo, se vio en la calle y allí se quedó como un bobo frente á una pared vieja: arañando los sueltos yesones y espiando