un higo? ¿Y cuando hartos de zanahorias teñíanse la cara de morado y se revolcaban por la rojiza tierra hasta parecer indios bravos, dejando como guiñapos las finas y bor~ dadas ropas que enviaba el escribano?
¡Ah, Nelet! ¡Qué malo eras entonces!
Y la muchacha miraba por los balcones la estrecha calle, en la que vergonzosamente entraba un rayo de sol, y en su vaga mirada de pájaro enjaulado leíase el deseo de volar lejos, muy lejos, á aquellos campos donde la esperaban la vida libre y la ado ración de toda una familia de infelices que la veneraban como procedente de una raza superior.
Pero el papá se oponía á que volviese á la barraca ni un solo día. Lo había dicho terminantemente: cada cosa á su tiempo, y ahora nada bueno podía aprender entre aquellos brutos.
Esta tenaz negativa recordaba á Nelet el momento en que se llevaron á la chica á Valencia; en que la robaron, sí señor, engañándola, diciendo que sólo era para unos días y no tardaría en volver, mientras la pobrecita lloraba y él corría como un perrillo detrás de la tartana pidiendo con lamentos al cruel escribano que no le quitase á su Marieta.
¡Rediel! Si fuese ahora, que era ya casi