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Página:Cuentos valencianos (1910).djvu/28

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V. BLASCO IBÁÑEZ

Por su lenguaje y las mentiras de grandiosidad con que asombraba á la crédula chavalería, Visentico era el soberano de la calle, el motivo de conversación de todo el barrio. Su casaquilla de hilo rayado con vivos rojos, el bonete de cuartel, el pañuelo de seda al cuello, la banda dorada al pecho con el canuto de la licencia, la tez descolorida, el bigotillo picudo y la media romana de corista italiano, habíanse metido en el corazón de todas las chávalas y lo hacían latir con un estrépito sólo comparable al fru-fru de sus faldas de percal, almidonadas en los bajos hasta ser puro cartón.

La siñá Serafina estaba orgullosa de aquel hijo que la llamada mamá. Ella era la encargada de hacer saber á las vecinas las onzas de oro que Visentico había traído de allá, y al número que marcaba, ya bastante exagerado, la gente añadía ceros sin remordimiento. Además, se hablaba con respeto supersticioso de cierto papelote que el licenciado guardaba, y en el cual el Estado se comprometía á dar tanto y cuanto... cuando mudase de fortuna.

No era extraño, pues, que un hombre de tantas prendas, rodeado del ambiente de la popularidad y poseedor de irresistibles seducciones, trajese loca á Pepeta (a) La Buena Mosa, una vaca brava que por las