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V. BLASCO IBÁÑEZ
estremecerse al sentir en sus hombros las manos de la policía, con uoa sonrisita que plegaba ligeramente los extremos de su boca.
Salió de la calle con los brazos atados sobre la espalda, y la blusa encima, la innoble cara llena de arañazos, hablando con su escolta de municipales, satisfecho, en el fondo, de que la gente se agolpase á su paso, como en la entrada de un personaje.
Cuando pasó ante el cafetín, saludó con altivez a sus amigo tes que, asombrados, como si no hubiesen presenciado el suceso, le preguntaban qué había hecho.
— Bes; coses d hdrnens.
Y contento con su suerte, erguido y triunfante, siguió el camino de la cárcel, acogiendo el infeliz las miradas de la curiosidad con la prosopopeya de la estupidez satisfecha.