CUENTOS Y CRÓNICAS
infinitas muchachas honestas que, viviendo
con el lupanar a la vista, prefieren ir a la fá-
brica para dar de comer a la madre inválida
o alhermanito enfermo; él se revela, por fin,
en los que se ahogan por salvar suicidas, en
el médico que va a ver el infeliz y le deja con
la receta el dinero para pagarla, en las nobles
cooperativas, y hasta en el cochero viejo
que se mata porque se le murió el caballo,
que era su antiguo compañero. jEl buen Pa-
rís! ¿Quién dice que tan solamente hay aquí
muñequitas de carne, y hombres con profe-
sión de pez? Que venga a ver los talleres lle-
nos, las iglesias, las universidades popula-
res, y... a los hombres que dan de comer a
los pajaritos.
No hay que reir mucho de Margot si llora
por el melodrama, y [si viejas solteronas se
enamoran de sus gatos. No hay que buscar
el lado cómico de las Sociedades protecto-
ras de animales. No debe ser ridiculizado
ningún sentimiento de origen noble. Y el ca-
riño hacia la naturaleza — paisajes, animales,
flores o aguas— y las simpatías por las mani-
festaciones amables de ella, proclamarán
siempre su origen generoso. Sin anonadar
nuestra personalidad humana en la ataraxia
de Zenón o la apatía epicúrea, tengamos la