RUBÉN DARÍO
enorme y poderoso Tequendama. ¿Usted co-
noce la catarata?
Dicen que sus aguas saltan de un clima a
otro. Que allá abajo hay palmas y flores; que
arriba, en la roca que conoció la espada de
Bolívar, hace frío. ¡Qué delicia estar allá
abajo, señora, dos que se quieren! La sobe-
rana armonía de la naturaleza pondría un pa-
lio augusto y soberbio al idilio. Al ruido del
salto no se oirían los besos. ¡Idilio solitario y
magnífico! ¿Sabe usted, señora, que tengo
deseos de que se casen dos amables solteros
al comenzar a florecer los naranjos? Efraim
Isaacs con Edda Pombo. ¡Qué envidiable
pareja! ¿Está usted agitada? El pasillo, se-
ñora, hermosa niña, es como un lento y rosa-
do vals.
En cuanto las heridas alas de mi Pegaso
me lo permitan, heridas, ¡ay, por dolores
hondos y flechas implacables! — iré, señora,
a la Vía Láctea, a cortar un lirio de los jar-
dines que cuidan las vírgenes del paraíso.
Al pasar por la estrella de Venus cortaré
una rosa, en Sirio un clavel, y en la enfer-122