santes!» Yo les condenaba; pero después que les he visto de cerca y he leído a Bruant, les excuso, y no experimento por el condenado que oye del fondo de su celda levantar el cadalso, más que una inmensa piedad. Se quiere hacer de la mayor parte de los criminales seres irresponsables. Serían sobre todo inconscientes, como una de las formas de la irresponsabilidad; pero, en todo caso, es Bruant quien ha puesto primero el dedo en la llaga. Ciertamente, el cancionero harto disculpa las fechorías y hazañas del «apache» y de la peligrosa compañera de éste; mas la caridad y la compasión tienen sus límites, y la sociedad y justicia tienen que ver como enemigos a esos sombríos desventurados que saben, entre otras cosas, dar el coup du père François, lo mismo que una puñalada, al pobre transeunte que, en hora propicia al crimen, tiene la desgracia de pasar cerca de ellos.
En la canción de Bruant A’ Saint-Ouen, uno de esos parias sociales muestra su áspera vida. En el primer couplet dice cómo, en un mal día, a la orilla del Sena, fué engendrado. Después, desde niño, está condenado a trabajar como un negro para comer. En esa infancia no hay una sola sonrisa. En la juventud, el amor es sencillamente canino.