RUBÉN DARÍO
en ciudad, en espera de encontrarlo. No lo
hallan, se desazonan y se deslizan por la
pendiente que les hace caer en la dantesca
región del tramp.
No todos los tramps pertenecen a esa clase,
en verdad; pero un gran número de ellos, sí.
En 1885 se vio el caso de que hubiesen
100.000 hombres sin ocupación, y no por cul-
pa de ellos. Empujado por su mala situación,
sin encontrar en qué emplearse, el hombre
comienza a desesperar de su destino, y cuan-
do llega a la desesperación tiene dos saUdas
enfrente: el suicidio, o la vida del tramp.
La falta de trabajo es, pues, una de las
principales causas de la existencia de este
parásito social. La emigración continua es
otra, y esto completa el problema. Los que
sobresalen en alguna especialidad pueden
siempre abrirse algún camino entre las mu-
chedumbres; pero esos constituyen las ex-
cepciones. Las posiciones aceptables para
hombres de ciencia o de letras son cada día
más difíciles de obtener. Los sueldos de los
tenedores de libros, dependientes, emplea-
dos (hombres y mujeres) disminuyen cons-
tantemente. ¿Por qué los conductores y co-
cheros de los tranways están tan mal remu-
nerados? Porque los directores de las com-148