PARÍS NOCTURNO
He aquí el crepúsculo. El cielo toma
un tinte rojizo. El abejeo de las vías
humanas se acentúa. Monsieur se
viste, Madame inspecciona singu-
larmente sus cabellos, sus hombros, sus ojos
y sus labios. Los autos vuelven del bosque
como una enorme procesión de veloces lu-
ciérnagas. La ciudad enciende sus luces. Se
llenan las terrazas de los bulevares, y se des-
lizan las fáciles peripatéticas, a paso pari-
siense, en busca de la buena suerte.
Los anuncios luminosos, a la yanki, brillan
fija o intermitentemente en los edificios, y los
tzíganos rojos comienzan en los cafés y res-
taurants, sus valses, sus cake-wals, sus zar-
das, y su hoy indispensable tango argentino,
por ejemplo: Quiero papita.
Un pintoresco río humano va por las ace-
ras, y la tiranía del rostro, que decía Pee, se
ve por todas partes. Son todos los tipos y to-
das las razas: los yankis importantes e impo-157