RUBÉN DARÍO
espléndidos, va el amor triste, el vicio sórdi-
do, la miseria semidorada, o casi mendican-
te, la solicitud armada, la caricia que con-
cluye en robo, la cita que puede acabar en
un momento trágico, en el barrio peligroso,
o en la callejuela sospechosa.
Mas los felices no se percatan de estas co-
sas. Los que van al bar elegante en un 40
H. P. no piensan en el proletariado del pla-
cer. Ni el extranjero pudiente viene a fijarse
en tales comparaciones. El ha venido con la
visión, con el ensueño de un París nocturno,
único y maravilloso. Halla todo lo que nece-
sita para sus inclinaciones y sus gustos.
Sabe que con el oro todo se consigue, en las
horas doradas de la villa de oro, en donde el
Amor transforma ese rincón de alegría, en
donde hace algunos años todavía se soñaban
sueños de arte y se amaba con menos desin-
terés. Aun los tiempos del Chai noir se re-
cuerdan con vagas nostalgias. ¡Se dice que
los artistas de hoy, los mismos artistas! no
piensan más que en la ganancia, y que el
asno Boronali, del Lapin Agile, es el único ar-
tista verdaderamente independiente. Así, los
hombres cabelludos y con anchos pantalones
y con pipas, que se ven por Montmartre, no
son artistas siquiera. El talento mismo, en164