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Cuentos y cronicas

Es que, si en cualquier gran ciudad moderna puede encontrarse confort, lujo, elegancia, atracciones, teatros, galanterías, en ninguna parte se goza de todo eso como en París, porque algo especial circula en el aire luteciano, y porque la parisiense pone en la capital del goce su inconfundible, su singular, su poderosísimo hechizo, de manera que los reyes de otras partes, reyes de pueblos, de minas, de algodones, de aceites, o de dólares, a su presencia se convierten en esclavos, esclavos de sus caprichos, de sus locuras, de sus miradas, de sus sonrisas, de su manera de andar, de su manera de hablar, de su manera de recogerse la falda, de comer una fruta, de oler una flor, de tomar una copa de champaña, de oficiar, en fin, como la más exquisita sacerdotisa de la diosa hija de la onda amarga, patrona de la ciudad de las ciudades, y cuyos devotos y peregrinos habitan todos los países de la tierra.

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París nocturno es luz y único, deleite y armonía; y, hélas! delito y crimen... No lejos de los amores magníficos y de los festines

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