RUBÉN DARÍO
los monjes budhistas en medio de las flores- tas del Thibet; estudié los diez sephiroth de la Kabala, desde el que simboliza el espacio sirí límites hasta el que, llamado Malkuth, encierra el principio de la vida. Estudié el espíritu, el aire, el agua, el fuego, la altura, la profundidad, el Oriente, el Occidente; el Norte y el Mediodía; y llegué casi a compren- der y aun a conocer íntimamente a Satán^ Lucifer, Ashtarot, Beelzebutt, Asmodeo, Bel- phegor, Mabema, Lilith, Adrameleh y Baal. En mis ansias de comprensión; en mi insacia- ble deseo de sabiduría; cuando juzgaba ha- ber llegado al logro de mis ambiciones, en- contraba los signos de mi debilidad y las ma- nifestaciones de mi pobreza, y estas ideas. Dios, el espacio, el tiempo, formaban la más impenetrable bruma delante de mis pupilas... Viajé por Asia, África, Europa y América, Ayudé al coronel Olcot a fundar la rama teosófica de Nueva York. Y a todo esto— re- calcó de súbito el doctor, mirando fijamente a la rubia Minna— ¿sabéis lo que es la cien- cia y la inmortahdad de todo? iUn par de ojos azules... o negros!14