CUENTOS Y CRÓNICAS
II
—¿Y el fin del cuento?— gimió dulcemente la señorita. El doctor, más serio que nunca, dijo: —Juro, señores, que lo que estoy refirien- do es de una absoluta verdad. ¿El fin del cuento? Hace apenas una semana he vuelto a la Argentina, después de veintitrés años de ausencia. He vuelto gordo, bastante gor- do, y calvo como una rodilla; pero en mi co- razón he mantenido ardiente el fuego del amor, la vestal de los solterones. Y, por tan- to, lo primero que hice fué indagar el para- dero de la familia Re valí. «¡Los Revall — me dijeron— las del caso de Amelia Revall!», y estas palabras acompañadas con una espe- cial sonrisa. Llegué a sospechar que la po- bre Amelia, la pobre chiquilla... Y buscando, buscando, di con la casa. Al entrar, fui reci- bido por un criado negro y viejo, que llevó mi tarjeta, y me hizo pasar a una sala donde todo tenía un vago tinte de tristeza. En las paredes, los espejos estaban cubiertos con velos de luto, y dos grandes retratos, en los-15