RUBÉN DARÍO
maravilloso libro en que Durtal se convier-
te, viste de resplandores paradiasíacos al
lego guardapuercos que hace bajar a la po-
cilga la admiración de los coros arcangéli-
cos, y al aplauso de las potestades de los
cielos. Y Fray Pedro de la Pasión no com-
prendía eso...
El, desde luego creía, creía con la fe de
un indiscutible creyente. Mas el ansia de sa-
ber le azuzaba el espíritu, le lanzaba a la
averiguación de secretos de la naturaleza y
de la vida, a tal punto, que no se daba cuen-
ta de cómo esa sed de saber, ese deseo indo-
minable de penetrar en lo vedado y en lo ar-
cano de universo era obra del pecado, y
añagaza del Bajísimo, para impedirle de esa
manera su consagración absoluta a la ado-
ración del Eterno Padre. Y la última tenta-
ción sería fatal.
III
Acaeció el caso no hace muchos años. Lle- gó a manos de Fray Pedro un periódico en que se hablaba detalladamente de todos los46