RUBÉN DARÍO
lo alto, o clavada en la tierra. Y era la obra
de la culpa que se afianzaba en el fondo de
aquel combatido pecho, el pecado bíblico de
la curiosidad, el pecado omnitranscendente
de Adán, junto al árbol de la ciencia del Bien
y del Mal. Y era mucho más que una tem-
pestad bajo un cráneo... Múltiples y raras
ideas se agolpaban en la mente del religioso,
que no encontraba la manera de adquirir los
preciosos aparatos. ¡Cuánto de su vida no
daría él por ver los peregrinos instrumentos
de los sabios nuevos en su pobre laboratorio
de fraile aficionado, y poder sacar las anhe-
ladas pruebas^ hacer los mágicos ensayos
que abrirían una nueva era en la sabiduría
y en la convicción humanas... Él ofrecería
más de lo que se ofreció a Santo Tomás... Si
se fotografiaba ya lo interior de nuestro
cuerpo, bien podría pronto el hombre llegar
a descubrir visiblemente la naturaleza y ori-
gen del alma; y, aplicando la ciencia a las
cosas divinas, como podría permitirlo el Es-
píritu Santo, ¿por qué no aprisionar en las
visiones de los éxtasis y en las manifestacio-
nes de los espíritus celestiales, sus formas
exactas y verdaderas?
¡Si en Lourdes hubiese habido un Kodak,
durante el tiempo de las visiones de Bernar-48