asombrado Fray Pedro, desapareció, sin que éste tuviese tiempo de advertir que, debajo del hábito, se habían mostrado, en el momento de la desaparición, dos patas de chivo.
Fray Pedro, desde el día del misterioso regalo, consagróse a sus experimentos. Faltaba a maitines, no asistía a la Misa excusándose como enfermo. El padre provincial solía amonestarle, y todos le veían pasar extraño y misterioso y temían por la salud de su cuerpo y por la de su alma.
Y perseguía su idea dominante. Probó la máquina en sí mismo, en frutos, llaves, dentro de libros y demás cosas usuales. Hasta que un día...
O más bien una noche, el desventurado se atrevió, por fin, a realizar su pensamiento. Dirigióse al templo, receloso, a pasos callados. Penetró en la nave principal y se dirigió al altar en que, en el tabernáculo, se hallaba expuesto el Santísimo Sacramento. Sacó el copón. Tomó una sagrada forma. Salió veloz para su celda.