CUENTOS Y CRÓNICAS
piedras ricas, de pájaros lindos, de flores
exquisitas. Gloriosos «samurayes» se ves-
tían como grandes y metálicos insectos. Vie-
jos peregrinos sabían fábulas e historias
inauditas. Pintores únicos tomaban detalles
de la naturaleza y de la vida, de manera que
detenían en un papel de seda el aletazo de
una carpa, el salto de un tigre o el vuelo de
una garza. Campesinos pacientes sembraban
el arroz al abrigo de sus agudos sombreros
de floja paja. Se tenía el culto preciso de los
antepasados y se sabía por seguro que hay
buenos dioses y perversos demonios. Shintois-
tas o budhistas, los hombres cumplían con
los preceptos de sus religiones, aceptaban los
consejos de sus sacerdotes, y al lado de las
divinidades veneraban a los héroes de la ac-
ción o del pensamiento. Se predicaba y se
sostenía firme el amor al país y la adhesión
inmensa al Mikado. Había una idea tan gran-
de del honor, que el suicidio en casoses pe-
dales formaba parte de las costumbres. Se
tenía el temor de lo divino y desconocido, y
se saludaba la memoria de los abuelos. Se
amaba como en ninguna parte a los niños;
como en ninguna parte se obedecía a la au-
toridad paternal, y ante las vasijas de calada
madera había siempre, en tibores de prodi-61