CUENTOS Y CRÓNICAS
remotos, como el siguiente: «El príncipe
Mayoana, de edad de siete años solamente,
después de haber matado al asesino de su
padre, se había refugiado en casa del Gran
Tsubura, y las multiplicadas flechas semeja-
ban un campo de cañas. El Gran Tsubura se
adelantó, y quitando sus armas de su cinto
se prosternó ocho veces, y dijo: «La prince-
sa Kara, mi hija, que tú te has dignado lla-
mar hace poco, está a tus órdenes, y te
ofrezco, además, cinco graneros de arroz. Si
humilde esclavo de tu grandeza, me presto
a luchar hasta el fin, no conservo la espe-
ranza de vencer; al menos, puedo morir an-
tes de abandonar a un príncipe que ha pues-
to en mí su confianza al penetrar en mi
casa». Habiendo así hablado, volvió a tomar
sus armas, y se lanzó de nuevo en el comba-
te. Mas las fuerzas le abandonaron, y había
agotado ya todas sus flechas. El Gran Tsu-
bura dijo: «Ya no tenemos flechas, y nues-
tras manos están heridas; no podemos ya
combatir. ¿Qué nos resta que hacer?» «No nos
queda nada que hacer», respondió el principe.
«Ahora, quítame la vida.» Y el Gran Tsubu-
ra tomó su sable y quitó la vida al príncipe.
Luego, haciendo girar el arma contra sí mis-
mo, hizo caer a sus pies su propia cabeza.»
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