RUBÉN DARÍO
Esas eran las lecturas de antaño, las que
los ministros del culto comentaban y las ge-
neraciones comprendían, infundiendo así
cada día en los corazones nuevos las anti-
guas virtudes. «La conciencia, dice Hearn,
llega a ser el solo guía, por la doctrina de la
intuición, que no tiene necesidad de decálo-
go o de código fijo que señale las obligacio-
nes morales. «Teólogo y filósofo, dice Mo-
toonori, que todas las ideas morales necesa-
rias al hombre le son sugeridas por los dio-
ses y son de la misma naturaleza instintiva
que las que le obligan a comer cuando tiene
hambre, y a beber cuando tiene sed. El, el
sapiente Hirata: «Toda acción humana es la
obra de un dios,» Y de nuevo Motoonori:
«Haber comprendido que no hay ni camino
que conocer, ni ruta que seguir, es segura-
mente haber comprendido el camino de los
dioses.» Y otra vez Hirata: «Si tenéis deseos
de practicar la verdadera virtud, aprended
a tener temor de lo invisible, cultivad vues-
tra conciencia, y no os apartéis nunca del
camino recto.» Y luego: «La devoción a la
memoria de los antepasados es el resorte de
todas las virtudes. El que no olvida nunca
sus deberes para con ellos, no puede ser
irrespetuoso con los dioses ni con sus pa-66