Esas eran las lecturas de antaño, las que los ministros del culto comentaban y las generaciones comprendían, infundiendo así cada día en los corazones nuevos las antiguas virtudes. «La conciencia, dice Hearn, llega a ser el solo guía, por la doctrina de la intuición, que no tiene necesidad de decálogo o de código fijo que señale las obligaciones morales. «Teólogo y filósofo, dice Motoonori, que todas las ideas morales necesarias al hombre le son sugeridas por los dioses y son de la misma naturaleza instintiva que las que le obligan a comer cuando tiene hambre, y a beber cuando tiene sed. El, el sapiente Hirata: «Toda acción humana es la obra de un dios.» Y de nuevo Motoonori: «Haber comprendido que no hay ni camino que conocer, ni ruta que seguir, es seguramente haber comprendido el camino de los dioses.» Y otra vez Hirata: «Si tenéis deseos de practicar la verdadera virtud, aprended a tener temor de lo invisible, cultivad vuestra conciencia, y no os apartéis nunca del camino recto.» Y luego: «La devoción a la memoria de los antepasados es el resorte de todas las virtudes. El que no olvida nunca sus deberes para con ellos, no puede ser irrespetuoso con los dioses ni con sus padres.
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