MI DOMINGO DE RAMOS
Mi pobre alma, con una alegría de
convaleciente, se despierta este
día, domingo, sonríe a la luz del sol
de Dios, se sacude como un ave
húmeda del rocío de la aurora, y, a pesar de
que quiero contenerla: «¡Mira que estás muy
débil! ¡mira que casi no tienes alientos! ani-
muía, blandula, vagula, ¿a dónde vas?» no
me hace caso, ríe como una locuela de ca-
torce años, se va, bajo el esplendor matinal,
al jardín de mi fantasía, al huerto de mi men-
te, y vuelve con dos verdes y frescos ramos
de palma, alzando los brazos al cielo, en un
divino ímpetu, como si quisiera volar.
— Animula, blandula, vagula, ¿a dónde vas?
— i Voy a Jerusaléní — me dice mi pobre
alma.
Y allá se va, camino de Jerusalén, sin bor-
dón de peregrino, sin alforja de caminante,
sin sandalias de romero. Ella va a la fiesta,
arrastrada por su deseo, sin temor de las
asperezas-, del viaje, sin miedo a los abismos,
a las fieras y a las víboras.75