RUBÉN DARÍO
Tal parece que fuese llevada por una ráfa-
ga milagrosa, o sostenida por el amoroso
cuidado de cuatro alas angélicas. Ella no
sabe hoy de las tristezas, de las maldades y
de las tinieblas de la vida. Deja la ciudad de
los infames publícanos, de los odiosos fari-
seos, de las pintadas y ponzoñosas prostitu-
tas. Ha sentido como el llamamiento de una
sagrada primavera, y se ha abierto fresca y
virginal como una blanca rosa. Un perfume
celeste la baña, y ella a su vez exhala su per-
fume íntimo, su ungüento de fe y de amor.
Un sol de vida le pone en su debilidad, forta-
leza; en sus mejillas pálidas, una llama de ni-
ñez; en su frente, tan combatida por el dolor,
una refrescante guirnalda florida. ¿Que ven-
drán las espinas después?...
Ella no sabe eso. Hoy cree sólo en las flo-
res y las palmas; hoy debe asistir a la entra-
da triunfal del Rey Jesús. Armoniza sus más
bellas canciones de gloria, para repetirlas en
honor de quien viene. Clamará con el coro
de los sencillos, con la lengua del pueblo que
acompaña con jubilosos hosannas al Príncipe
del Triunfo.
Se han borrado de su memoria las penas
pasadas, no quiere poner su pensamiento en
los amargores futuros. Como en un inspirado76