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Sí, sí: bien lo merecía. Además de lo dicho había otros motivos. Leopardi había amado a las mujeres del mundo, a las que en la cara, y hasta en el aire a veces, se parecen a María; había amado como sólo aman los grandes corazones solitarios, y las mujeres del mundo le habían desdeñado: no le quería Dios, que le dejaba negarle; no le quería la mujer... ¿Qué le quedaba ya, a no ser el regazo de María?

Y lloraba yo como un perdido ideando estas locuras; lloraba en aquella gruta artificial construida por nosotros; lloraba sin que nadie me viera, es claro; sin que nadie, ni mi padre, sospechara, ni con cien leguas, que había allí, tan cerca, quien llorase por estas cosas.

Y por último fui a dar al egoísmo, fin triste de muchos enternecimientos.

Ya que no a Leopardi, porque no existe; ya que no al pastor de Asia, porque no existió nunca; ¿por qué María no me consuela más a mí, no se me presenta a mí?... No he de ocultar que, al decirme para mis adentros esto de presentárseme María, a pesar de la seriedad del momento, a pesar de mi buena fe, un diablillo se reía dentro de mí gritando:

–¡Presentarse, aparecerse! ¿Qué es eso?

–Y otra voz que no debía de ser un diablo, me decía: –Tú tienes a tu madre... –Y después, como si fuesen ecos que decían cada cual cosa distinta, por milagro, por supuesto, otras voces gritaban más lejos, es decir, más adentro: Una: –Tú tendrás mujer... Otra: –Tú tendrás hijas...

Y otra: –Tú tendrás sueños...

Estas varias voces merecen y necesitan explicación. Por eso escribo estas memorias. Por ahora sólo diré, respecto de la voz del diablillo que no quiso que yo creyese en apariciones, que el tal demoniejo estaba llamado a crecer y crecer dentro de mí como me temía, y a devorarme la bondad que más adelante había de ir naciéndome como un jugo de la buena salud que llegué a tener, a Dios gracias.

Quién me hubiera dicho a mí, entonces, que por culpa del tal diablo burlón, yo mismo, el que casi esperaba ver a la Virgen, había de ser autor, años después, de cierto suelto de un periódico satírico, que decía:

«En la parroquia de Tal se juntaron siete curas y mataron a palos a un feligrés. Hay que hacer un escarmiento con el clero. No hay que pagarle un cuarto.»

Y de este otro suelto, publicado al día siguiente:

«Estábamos mal informados. No era completamente cierta la noticia que dábamos ayer respecto al crimen cometido por siete curas en la persona de un feligrés. Fue de otro modo: fue que entre siete feligreses mataron al cura. Pero nos ratificamos en lo dicho: hay que hacer un escarmiento con el clero.»

¡Y dirán que el hombre moderno no es complejo! ¡Dios mío, si hasta lo soy yo, Narciso Arroyo... que soy tan sencillo!

Clarín

(se continuará)