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Página:Débora.djvu/64

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—Ah, no, no; en la boca, no: nadie me ha besado hasta ahora.

Casi emocionaba la idea de besarle las manos. ¡En las manos sí! Ja, ja.

Pero como eso no hay que pedir...

¡Ya!

Le ardían las mejillas y al cabo le tendió la boca.

Le tendió la boca como se enseña la taza para que nos pongan el té.

—Nadie me ha besado hasta ahora; le juro que es usted el primero.

Es una frase que se riega, la mayor parte de las veces, como si se hubieran llenado las fauces. La dicen a boca llena y no se las cree, aunque sea verdad.

Siempre están esperando:

—¿Ah, si? Entonces me caso con usted.

Y la emoción es capaz de dar con ellas en tierra. Como no dijo aquello queda suspendido el silencio como una duda.

Así termina, desequilibrada, la segunda sesión: pero Ella se cuelga de la esperanza y, como una promesa, le ubica la súplica del regreso.

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