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Al tercer día hay de por medio una ocupación para que se le pregunte: "¿Por qué no ha venido?", y se dude, y se lastime el capricho.

Ya dentro de la intimidad, el nerviosismo de las manos vaga por el cuello y avanza hasta la atrevida caricia de los senos, aunque se defienda y arda como la tinta roja de escribir novelas.

Si no fuera preciso que esté esa puerta abierta, por donde llegan las voces de los inquilinos de abajo y los gritos de los chicos...

—Aquí nos pueden ver.

—Sí, es cierto; las cosas que pueden creer...

—Oye, ¿quieres hacer una cosa? Véamonos en otra parte.

—No; eso no. ¿Qué quieres conmigo? Eso no lo creas; si quieres, ven acá.

Bueno, caramba. Se ha imaginado que... Si hubiera un poco de paciencia...

—Sabes... no seas así...

(Sigue el lugar común de la discusión.)

Precipitado, o poco hábil, o acostumbramiento de la simplicidad del guiño. ¡Qué mal va!

La falta de otro día.

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