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Teniente tiene que ponerle una cara semiavejentada, vista después, porque la primera se le quedó olvidada en algún rincón del cráneo. Lo que no olvidó, las piernas (¿pero por qué las piernas?), asusta al Teniente como un chispazo inesperado del Catecismo, "¿Cuál es la señal del Cristiano? —La señal del Cristiano es la Santa Cruz."

Y en ese mismo rango, otro momento de los tiempos pasados:

Por algo, que ya no sabrá nunca, recibe en el vientre un golpe que le hace estirar la cara y le deja "seco", término preciso de la infancia. El Teniente responde con otro golpe, que deja también «seco» a su enemigo. Me figuro las fachas pálidas de los granujas y sus esfuerzos por alcanzar la serenidad, en guarda de quedarse "en la pared"—. Ahora, atropelladamente se la busca, en guarda de quedar "de granujas."

"En el lugar común de una velada familiar, sobre los ladrillos de la sala, frotaba los pedacitos de clavos que se arranca de las herraduras. Mi abuelo, que heredó la herrería de su hijo muerto, me había dicho que para hacer brillar aquellos fierros

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