Página:DAlmeida Ciudad del Vicio.djvu/100

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FIALHO D”*ALMEITIDA

Y remangando la saya azul, de tela pobre, sacó de la enorme faltriquera de cuadros, un queso fres- co, las primeras cerezas del huertecillo, cuatro ricas naranjas y el pie de “media del dinero, para que re- partiera propinas a los enfermeros en cuanto le die- ran el alta. Uno en otro se miraban y descansaban con los ojos tranquilos, en la conmovedora armistad de esa unión tan larga, que la vejez ya despojara de erupciones sensuales y de arrullos. Y hablaban de todo al mismo tiempo para aprovechar bien la visi- ta: —¿cuando él saliera... no era verdad?...—y de los dolores que había sufrido, de los paseos al sol, en la puerta, por orden del doctor, de las lluvias y de Jas mañanas que aún venían brumosas y de la vida de cada cual en la enfermería... Interesada, la vieja reía a'uno y a otro lado, para unos y otros, feliz por dar su piedad de mujer al infortunio de los tristes, que a más de enfermos eran por añadidura desampa- rados de afectos. Por descuido quedara entreabier- ta la mampara y como estuviesen vueltos para allá, vieron pasar por el pasillo a un cura, de bonete y es- tola negra y detrás, poco después, el sacristán que llevaba un gran farol encendido y cruz alzada...

Se miraron frente a frente pálidos, adivinando la mistma cosa fúnebre. El mentón de la vieja temblaba y en la crisis nerviosa que sentía, sus brazos apre- taban la cintura del viejo, como para hurtarle a pe- ligros. Era la Unción a alguien que partía de este mundo...

—¡ Adiós! dijo ella tristemente.

El marido volvió a decir: Adiós... Y mirándola se

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