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FIALHO D'ALMETDA

» en las cuales las chimeneas agujereaban agresiva:

mente aquí y allá, humeando en la risueña luz re- cién nacida...

La primera cosa que pude notar en la vecindad fué que no había una cara bonita, Enfrente, en la tienda de la casa frontera, la mujer del dueño, sucia v ajaria, era repulsiva con'sus enofmes zapatillas de oriillo y el corpiño del vestido constantemente desa- brochado, mostrando la carne trigueña y fofa de los senos. En el primer piso, planchadorascon tara de hombre, vellud.s y amarillentas, venían rara vez a la ventana para lanzar miradas oblicuas sobre las casas ajenas. Arriba había uná maestra; al lado un vetera- no, eternamente a la ventana, con el gorro azul, fu- mando en su pipa disforme. En la calle estrecha v tortuosa, todos se conocían; niños jugaban, descalzos y roñosos, tocando latas; por la mañana era un coti- lleo de ventana a ventana sobre la carestía de las co- sas y las carrasperas de los maridos; y el mismo pa- nadero servía a todas las familias, entreteniéndose

de conversación por las escaleras.

A las diez, mientras me preparaban el almuerzo, sentía un rumor de pasos cansados y una voz que decía de trecho en trecho:

—¡Espera, hombre, vete despacio, que un día vas a tirarme por la escalera abajol...

Era el vecino de al lado, el ciego del violín, ba- jando con el lazarillo, Iban a la busca del sustento del día mientras la viejecita quedaba envuelta en co- bertores y medio paralítica de las piernas. Sucedía- me topar con ellos por las calles, El padre era

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