FIALHO D"*ATLMETDA
casa, todo lleno de polvo, macilento de la noche per- dida, y con unos aires de juerguista que dejaron a la pobre madre boquiabierta. ¡No había vendido ni un billete de lotería de los cinco con que saliera de casa un día antes!... La situación se agravó.
Vecinas no las había allí tan cerca. El antro en que vivían daba por un lado a huertuchos húmedos, mientras por otro se abría sobre un pedazo de mu- ralla derribada, entre cocheras fétidas, donde a todas horas mozos escuálidos decían obscenidades o repi- queteaban fadinkhos lánguidos. (1)
Aquella soledad incomunicaba con el resto del mundo las hambres y los harapos de aquellos des- preciables... Aún de día, era de noche en la caverna; goteaba del muro un llanto deletéreo que Clara nun- ca conseguía deténer...
Esta existencia de privaciones y sobresaltos, sub- terránea, casi proscrita, estaba de continuo bajo la amenaza de tentaciones singulares, compañeras de la miseria y del abandono... Aun estropeada y escuáli- da, la pobre era ambicionada, espiada y acometida. En derredor de su cuartucho giraba, esperando el instante crítico, la inmuuda ralea de las cocheras cer- canas: hombres sin edad, corcovados, destrozados, batiendo con los zuecos y tarareando fados, en un as- co de estercolero que les degeneraba, convirtiéndolos en ratas de alcantarilla, Esa gente caída en la última abyección, —serenos de noche guiando coches sospe-
(1) Por no haber un equivalente tan expresivo en castellano, conservo el diminutivo gracioso y tipico de fado, la canción po- pular portuguesa.—N. del 7.
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