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Página:DAlmeida Ciudad del Vicio.djvu/133

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LA CIUDADDEL VICIO

chosos, mozos de cuerda limpiando el ganado y las inmundicias del establo, sabiendo crímenes, conocien- do vagabundos, ladrones, asesinos y meretrices,—te- nía en la cara, en surcos terrosos, un atestado lúgu- bre de infamia...

Dos o tres tenían a Clara sobre ojo, y si la veían volver de la venta, decíanle porquerías, roncos de lujuria bestial... ¡Nadie se imagina la tenacidad de esa canalla narcotizada para toda especie de brívl... Por ta noche, sintiendo la callejuela desierta, venían a golpearle sordamente en la puerta o a cantarle fados de burdel, en una escala baja donde fulguraban los erotismos de la cárcel y fiestas sardanapalescas con negros... Y una vez, despertando a deshora, Clara sintióse abrazada por las espaldas, y una voz exha- lando podredumbre, decíale en chorros de ansia: -—¡Vuélvete, vuélvete!... Había entre todos un joro- bado que le inspiraba terror... Era un viejo, hue- sudo y lustroso, con voz gutural, con el vino car- nicero, tipo de impudencia que nada teme ni nada respeta... En la cochera llamábanle Zi Tromba, por la montañosa estructura de la nariz leprosa y una dentadura oblicua, asquerosa de caríes... Para expre- sarlo bien, era la última fase del hombre degenerado en bestia, especie de gorila sin fuerza ni agilidad, con- servando todavía visible en los meneos exagerados y en los trazos físicos la herencia del cuadrumano- rey. Los otros de la cochera aún disfrutaban algunas regalías de hombre; guiaban de noche coupés cerra- dos; podían transportarse una u otra vez en la almo- hada de los coches a guisa de lacayos o dormir fuera y preservarse de ciertos servicios...

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