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LA CIUDAD DEL VICIO

lantementé cantaba... Y al saberse que era él, el Gabriel de Clara, que vendía billetes y había dado un premio de 00.000 reis (1) a los parroquianos y teniendo aún r.ueve años, ¡qué éxito no sería, qué de pasteles no le tirarían las señoras!... Fluctuando en estos castillos bordados de auroras y de sueños, había llevado maquinalmente las manos a los bolsi- llos... Y miraba siempre la radiante cabeza Ue gallo, con deseos de que le naciesen alas por el cuerpo, bellas alas de colores en los hombros y un adinira- ble rabo cubierto de plumajes...

¡Co-co-ro-có!

¡Co co-ro-cól...

Sintió algo duro en el bolsillo. Y de repente le dió un respingo interior, eran los tres fostoes en mo- nedas de patacos. ¡Diablo!... Y mirándole cara a cara con aire de provocación, la cabeza de gallo parecía escarnecerle, hacerle muecas, diciéndole a ratos:

—¡Cómprame, no eres capazl... ¡No tienes parnés, pobretón!... Entonces vete, a escape, por la calle...

Esto angustiaba a Gabriel que, con los ojos erran- tes y un aliento de crimen, iba tocando sucesivamente los patacos en el bolso, al azar. Entró, en la tien- da: —¡Oh, señor míol... El tendero removía caretas, probábalas un instante en la cara de los parroquia- nos, desenvolviendo trapos, diciendo precios, yendo y viniendo muy atareado...

-¡Oh, sEñor: mío! —repitió :Gabriel con más hu- mildad i




onanano 22m 10d enl bo 1) 100 escudós en moneda actual, o, Sean más de 500 pese-

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