LA CIUDAD DEL V1CI10
por la Jlama inquieta de Jos ojos, refulgentes como dos ónices mojados, Y a la puerta de la tienda, bien afirmados en el enlosado del portal sobre tacones impertinentes, los tres hermanos rechazaban a Ga- briel en línea de combate, teniendo los brazos ex- tendidos, manos retráctiles y prontas a aplastarle y ese tranquilo aire de victoria desdeñosa que sirve para humiliar de muerte al vencido...
(Gabriel corrido, humillado y con miedo deque ellos llevasen la cabeza de gallo, estaba fuera de la puerta con los puños cerrados, dispuesto a morir de ver- gúenza... Y abriendo temerosamente la bocaza, sacó fuera tal vez medio palmo de lengua contra estos insolentes...
—Estos guajes sólo por ser ricos... —dijo en me- dio de la calle...
Pero sentíase infeliz, desamparado, como un pe- rro, y roído de miseria en el fondo de su pequeñez y de su orfandad... En casa, royendo el pan y el .queso de la cena, a los pies del catre en que la madre se había estirado, dijo en una oleada de saudade.
—A esta hora, madre, toda la gente está por ahí disfrutando y comiendo buenas comidas... Si nos- otros fuésemos ricos...
Clara mascaba las migajas del pan sin ganas, si- guiendo la penumbra errante, que en la pared car- bonosa y húmeda, la luz del candil sin petróleo hacía bailar vagorosamente... Como la madre no res- pondía, Gabriel la miró:
—¿No es verdad, madre? ¿No es verdad?...
—+¿Viste a tu padre por ahí? —preguntó.
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