FIALHO D”? ALMEIDA
Gabriel dijo con la cabeza que no...
—¡También, nunca ves nada, diablol—dijo ella con malos modos. Y quedóse absorta en no sé qué recuerdos recónditos... :
Ni cinco céntimes en casa, cada vez más exigentes los estómagos, la enfermedad cortándole los recursos de trabajo y al día siguiente, su cadena de oro tan estimadz puesta a subasta por atraso de intereses.
No hacía mucho que había oído en el patio de la cochera, a un mozo contando a los demás el crimen del Largo da Paschoa,—en el día anterior, un malva- do que se hal.ía escondido debajo de la cama de un tendero, y en la alta noche lo degollara después de rodar con él en una lucha horrible, de la cual mos- traba las más atroces señales el cadáver... Sorprendi- do en fuga con un saco de calderilla, el asesino lo había confesado todo, blandiendo el puño ensan- grentado, en una risa sardónica y altiva que lanzó el terror por toda la ciudad.
¡Y otra vez El Tromba había venido con dinero a hacerle proposiciones!... Aquellas cosas sumían a Clara en un desvarío... Veníanle presentimientos trá- gicos, miedos de todo, de la noche, del idiota, de los ladrones y de morir de repente, dejando en el des- amparo a sus tristes criaturitas... Y aquel que ella había amado ¿en qué sitios paraba?.., Por tabernas tal vez, con mozas de navaja en la liga, en la cárcel o en el hospital... Y sus lágrimas corrían...
Al día siguiente, Clara no pudo salir, sentíase más
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