LA CIUDAD DEL VICIO
fatigada y dolorida, Mandó a Gabriel a la venta de los ramilletes, con recomendaciones para que nu en- suciase el cestillo de mimbre...
Los ramos eran una desgracia de apabullados, mustios, sin aroma y sin color... ¿Quién» compraría aquel estiércol todo?... Pero era Carnaval, Y la mu- jer enseñó al pequeño el itinerario a seguir: Plaza de Camoes, Chiado, con estaciones muy prolongadas donde hubiese muchos señores, en la Casa Habane- sa, en las pastelerías, ala puerta del Teatro de la Tri- nidad por causa del baile infantil, en las esquinas del Rocío, en el Paseo Público.
Se fué Gabriel con el precioso cestillo de mimbres, pregonando, ofreciendo a unos y a otros, a diez reis el ramo, ramos grandes, era tudo lo que le queda- ba... A las tres de la tarde, desde la Plaza de Ca- moes hasta el Rucío, era penoso el tránsito; el paseo estaha apiñado de gente, las mascaradas cruzaban la vía pública, coches cubiertos de dependientes de co- mercio, hombres a caballo, policías en hileras, mu- cho sombrero apabullado, Entre la Habanesa (1) y la farola de la Plaza la concurrencia caminaba fu- riosa y compacta, compuesta de elegantes y de vaga- bundos, cuyo goce consistía en hacer detener los, coches para lanzarles inmundicias dentro, chorros de varios líquidos, cartuchos de polvos, fréjoles y
(1) La Casa Habanesa (ya se ha dicho varias veces en este volumen) es la tabaqueria más elegante de Lisboa a la puerta de la cual se colocan en tertulia los hombres más elegantes de Lis- boa y la Plaza a que el novelista alude es la Hamada Zargo das duas Eggejas.—N. del 7.
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