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LACIUDAD DEL VICIO

tuarios en una riqueza de telas, bordados y galones... Una especie de gravedad y pedantería, parecía aplo- mar a algunos de los pequeños héroes; veíanse gran- des damas de cuatro palmos arrastrando colas del brazo de adorables aristócratas de Luis XIV, coque- tas y rosadas, riéndose con sus boquitas en curva. Había polichinelas microscópicos como iluminacio- nes, preocupados de las actitudes, sombrero de cas- cabeles a un lado, hociquito de mueca desdeñosa y un azul lleno de sol en la mirada. Los pequeñuelos del cuello eran los más diabólicos y vivos, gesticula- ban por encima del hombro de las amas con las ma- necitas llenas de hoyuelos, las uñas chatas, mechones de cabellos en la cabeza y babeando sin respeto los ricos trajes de colores... En las familias fecundas y ricas, cuando la niñería irisada se recostaba en el fondo de los /ardeaux descubiertos, profundos y ovales, agitando las cabelleras luminosas, vestida de los colores más puros, ciñéndose con los bracitos encorvados, gorjeando las divinas cosas del alma balbuciente, tirando besos a los primos y a las pri- mas en las puntas de los deditos frescos, irrequieta, revoltosa y alborotadora;—dirfase una familia de aves del paraíso ejercitando fuerzas al borde del nido para desbandarse picoteando y riendo, en la vida mu- sical de las selvas...

En cada detalle de traje, —satén, brocados, cache- mira, encajes y plumas; todo el bazar de telas des- tinado a moldear los tiernos cuerpecillos de una gra- cia divina, —se venía a sorprender el paso de dedos blancos y delicados y a construir sin esfuerzo la pasión

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