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LA CIUDADDEL VICIO

escarpaduras de las rocas a pique y la tierra calcinada vibrando con los calores acumulados du- rante el día. De paso por el arenal, polvaredas finas llenaban los aires, entrando por las ventanas y ca- yendo suavemente en el traje. Y continuamente, co- mo aldaba gigantesca sonando fgor+un amplio co- rredor, el truc-trac del tren ensordecía la noche, subiendo en formidable algazara si los raíles se hun- dían rasgando otero o peñasco, o apagándose más y más si íbamos francamente corriendo por la lla- nura...

De trecho en trecho casuchas brotaban dela som- bra y poniéndonos de bruces veíamos al guardia apostado con la linterna a sulado, sombrerón caído, inmóvil y negro, sumiéndose rápido en el torbellino de formas que desfilaban... Sucedíanse estaciones tras estaciones, vastas sábanas implacables como desiertos, pinares cerrados, o espesuras de matorral hirsutos por los cabezos... A veces el hombre er- guíase echando la cabeza fuera del carruaje, y que- dábase en las tinieblas sorbiendo el rumor de las boyadas adormecidas en los pastos, los gritos de las ranas y de los grillos, a orillas de los regatos más provistos de frescura... En estas distracciones: podía entonces mirarle mejor, verle el traje, calcularle la edad y adivinarle la posición. Traía chaqueta oscu- ra, calzones muy chatos de fondillos, revelando los hábitos sedentarios de la provincia. En lasbotas cru- das muy anchas de puntera llevaba espuelas y todo etbamplio abdomen cubierto por una faja con flecos profusos cayendo a un lado,..EnPoceiráo, el peque-

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