LA CILDADODELVICIO
Se fué y ya lejos saludó a Alvares, el amigo Al- vares del Crédito Predial, a quien yo conocía tam- bién... Fuíme derecho a él...
--Oigame ¿quién es aquel vejete, diga?
Alvares púsose los lentes, estuvo mirando un rato...
—¡ Ah, el mayorazgo de las Olhalvas! Buen viejo, chico, pero ¡qué cornudo!...
Y pasado un momento:
—La mujer buena, con todos los diablos...
—¿Conócesla tú?
—Dicen... Puede ser verdad...
Dos años después, en un balneario, ya por Octu- bre, fumaba en la playa una tarde, cuando un hom- bre de lutome vino a saludar con un muchacho flaco como una sardina arenque, cogido de la mano.
—¿Como va pasando, señor?
Hablábale sin acordarme de haberle visto en parte alguna.
— Bien, gracias ¿cómo está? ¿Es su hijo este pe- queño? Enfermito, según parece...
—Nada, no señor... Débil... De manera que vine a los baños. Dice el médico que es bueno para la flojedad de nervios...
—Sí, sí, decía yo bostezando.
El empujó al pequeño hacia mí, hízole hablar, hí- zole andar; estaba más crecido ¿no lo estaba? pero con poco apetito... Y le acariciaba suavemente, ex- tasiado en aquella suciedad amarillenta, blanda, sin
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