LA CIUDAD DEL VvVICI/1O0O
que tenía bajo la tela la lascivia candente de una desnudez de harem.,
¿Conde y condesa de qué? Nadie se ocupa de con- frontar títulos en una tierra donde ellos caen sobre quien pasa, como antiguamente las aguas sospecho- sas de las ventanas... El, un español de Andalucía, trigueño, nervioso, de ojos alucinados y asemejándo- se diabólicamente a un marcador de billar que yo co- nociera de mozo. Y tenía los modales francos de un gran señor, dichos de gracia picaresca, conesa origi- nalidad de los países de sol, brusca, dislocada y jo- vial, donde parece resonar el torbellino de los cas- cabeles y de los panderos, cuando patalean fandan- gos...
Alvares, el del Crédito Predial, que todo lo sabía, díjome poco del conde.
—Que había aparecido en Lisboa iba para cuatro años, montado en un caballo inglés y seguido de un criado de librea y calzón de ante... Después del ca- ballo había echado coche; había vendido un día el coche y disparó dos tiros en una casa de juego... Poco más o menos, ¿comprendes la cosa? En segui- da (Alvares ya no se acordaba bien), bastonazos en el Marrare (1)un Carnaval; después, se presentó con la condesa... Ahora anda de hombre serio, trata de ven- derla por ahí, como vendió el coche... ¡Y ella, una verdadera zorra, hijo!...
Rebullía los ojos por detrás de los lentes fijos y
(1) — Un restaurant célebre en la época en que Fialho escri- bía esto; en la época ¡tau gloriosa y tan lejana! de Os Maias y de O Primo Basilio.—N. del T.
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