LA CIUDAD DEL VICIO
cabellos en la inmundicia dwl arroyo, de dejarle muerto a bastonazos vilmente, como su torpeza me- recía. Esta intención me exaltaba ante ella tal vez; y” mi deseo crecía en tumulto con ideas aventureras,. huir cen ella, tenerla conmigo soche y día, chupar- le la sangre por una puñ.cada, > rodar agonizante de amor en sus brazos,entre los frayores de un torrente. El vino me ló exageraba todo: a forma de las casas, los huecos de las ventanas, los :umores del mar, los ecos de la calle y los sones de ins pianos...
Allá más adelante seguía él i- mbaleándose, cantu-
rreando, y la sombra larga de .u cuerpo era como- un reptil enorme que ondu!:, escurriéndose sin ruído... Algunas veces, perd «la la cabeza, eché a correr detrás de él, con la llave del baúl en la mano, para romperle las narices... Y de re- pente me detenía; ¿qué era esto? ¿qué tenía yo que ver con ellos? Me desgarraba + pecho la certeza de que los dos ibana dormir,a be: rse,a trocar juramen- tos, a hacer promesas y tal ve; 2 burlarse de mí, por añadidura... Y como si ella fu: ::* mía, los celos fe- rocesengendraban amargurasc «ntrodemí, bramando- venganzas desordenadas. Al fiv dobló la calle; no lo ví más. Comenzó entonces uno sorda desesperación. por la absoluta impotencia de ++nganza. ¿Dónde ha- bía entrado, cuáles eran las vanas de su cuarto,. cómo sorprenderlos, dar esc-.:lalo, llamarle a ella nombres infames?...
La calle volvía bruscamente 'abía una rotundidad de plaza; a la izquierda la fach: pués callejuelas tortuosas con+-rgiendo. . Y yo iba
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de una iglesia, des-