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FIALHAOD”"ALMEIDA

—¿No le parecet Yo hacía esto y aquello... ¿y us- ted, mayorazgo!...

Cuando yo ya le creía interesado en lo que yo decía, olvidado del pequeño, y en reposo de la áspe- ra tormenta íntima que hacía tanto tiempo le minaba, he aquí que estaba llorando otra vez, en un lloro amarguísimo y profundo que causaba pena... Y de su cabeza resignada caían lágrimas ardientes en una aureola venerable.

—Bien se ve que es hijo único, decíale yo con- templándole. —Si tuviese otro el amigo, ya no sería tan susceptible. Pero ¡admirable, mayorazgo!... Ima- gínese que está todo el mundo detrás de ella!... Dí- cenme que uno de la familia real le hizo propuestas de archimillonario. Aquí se sabe todo. Pero consué- lese, sca hombre; aquí tiene cigarros distráigase... ¡Qué diablo, ya no se roban niños para hacer un. tos... Estamos en país culto y en una pequeña co- marca donde todos hablamos. Puede tranquilizarse, se lo aseguro...

—Y esa mujer, ese diablo, (dijo él de repente) con una especie de angustia, ¿es esposa de ese hom- bre, tal vez?

—¡Ah, buen picarón!... Ya va tomando calor... Por lo demás, una cocotte... Pero ¡espléndida, no se imaginal...

Estuvo mirando para mí, furioso, como hablando para dentro de sí nismo.

—¡Horas hay en que tengo gamas de reventar de una vezl... Y con una risa patibularia que le trastornaba:—¿Entonces es buena? ¡Esto no es vida ni infierno!...