FIALHO D'ALMETDA
Ja en una sortie-«u-bal, aito, fino y flexible de s2/houette, «derribando sobre la frénte el capuchón de cobertura excentricamente recortada en un dominó, de cuyo pico caía, sobre damasco y encajes, un lazo de pun- tas flotantes...
Apenas aparecí con la luz,la mujer retrocedió ha- «cia la calle, y en medio de la escalera, irresoluto y trémulo, con un medio aire idiota, el mayorazgo miraba para mí, para el pequeño, para todo, sin sa- ber lo que hacía...
—Sube, hijo, sube...
Vino detras de la criatura, con la cabeza baja, pi- «sando los peldaños con dificultad, y todo pálido de la aparición. Entró a vestirse deprisa el chaleco, puso <uello y corbata, calzó las botas dando gemidos de los callos aplastados... Y delante del espejo, ¡cosa rara!... mirábase todo, pasando en un gesto febril por los cabellos y por la barba el peine de acero.
Y trémulo, palpando las cosas y diciendo:
—Ya vengo, el señor me disculparía, vengo en un instante, perdóneme...
Llegó a la escalera, amparado en los muebles, ce- rró la puerta cuidadosamente, y sin fósforos, bajó tambaleando...
Oí el portón de abajo rechinar empujado con es- truendo, voces que se alejaban cautelosas... Y que- dé a solas con el pequeñito. Entonces viniéronme a la memoria las vacilaciones del mayorazgo en aquel viaje para Lishoa, cuando nos habíamos visto por vez primera; el riguroso luto guardado por él en tres años, su índole solapada, la sumisión que a todos
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