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FIALHO D'ALMETDA

—¿Y cuántos miles de soldados, poco más o menos)?...

—Cuando me casé, muchos... Pero el heredero presunto es fogoso, tú lo sabes... Con la manía de las peleas y la educación guerrera que se lleva en Palacio, ha formado regimientos sobre regimientos... He ahí por qué el Ministro dela Guerra va a lla- mar a las reservas y elevar al príncipe al grado de coronel...

—Bien, bien, dijo el poeta; voy a la husma a ver si encuentro por ahí un chalán,

—Te doy de regalo, si el negocio sale a mi talan- te, la gran cruz de los Zozlos verdes; valor, leal- tad...

El poeta, que ya iba hacia la puerta, derrengándose en las zalemas de etiqueta, avanzó al oir las palabras del gordo Menelao:

—¿Aún más grandes cruces, señor?... Pero me voy a ver chorreando grandes cruces, que no va a haber amoníaco que las limpie. Ambicionaría mejor de Vuestra Majestad gracia de menos bulto...

—Habla, pues, —dijo el monarca.

—Si Vuestra Majestad editase mi libro de ver- SOS...

—-¿Qué son versos)...

—Quejas de íntimo y amargo sufrir, —respondió el menestral girando los ojos en blanco, como en las declaraciones de amor...—Si una organización selec- ta, como la mía o la de Vuestra Majestad, se sor- prende algún día envenenada por disgustos sin leni- tivo, tan grandes que es poco el mundo para conte-

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