Página:DAlmeida Ciudad del Vicio.djvu/230

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FIALHO D”ALMETDA

—Tranquilízate; seré fuerte como un hércules...

— ¿Qué va a ser de la corte tan anemiada aún co- miendo a dos carrillos?... ¡Forzada se verá tal vez a traer lunch a palacio, Jesús y Maríal... Y baja en los gé- neros ante semejante abstinencia; los salmones que mi suegro provee, sin demanda, pudriéndose por ahí; la fruta que suministra mi yerno, desamparada; mi cuñado, proveedor de vinos, quebrando como un malvado vil; y mis sobrinas gallineras y mi herma- no con mercería (1); y mis compadres, primos y primas!... ¡Ah, perdidos todos, deshonrados, aban- donados, y encima de todo eso, Vuestra Majestad no podrá sobrevivirles con pan seco!...

Y el desgraciado, en una tremenda desespera- ción, arrojaba llanto sobre los mosaicos del salón...

-—¡Pobre mayordomol... Ahí está uno que me adora sinceramente, dijo el rey conmovido...

Y comenzó la más linda oda sobre la amistad, dedicada a su servidor; inexorable, sin embargo, en el ansia de pan con sudor y blandiendo el cetro con entrecejos merovingios...

—Sí, he de comerlo, clamaba. por todo el pala- cio.—Mi honra está en eso empeñada; que los gran- des ejemplos deben partir de lo alto. ¿Quiere virtu- des en el trono mi puebio?... Voy a ostentarlas. Y si muero en la contienda, los cronistas podrán decir: fué sobrio y poeta, llegaba a roer pan duro como los perros, pero deja versos que darán envidia a los,

(1) Adviértase que en Lisboa las mercearías son los equiva- lentes de nuestras tiendas de coloniales y ultramarinos. —Vota del T.

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