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Página:DAlmeida Ciudad del Vicio.djvu/231

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LA CIUDAD DEL vICI10

mayores genios... ¡Pobre diablo, convenimos en ello; pero gran rey!... Ahora me toca sudar...

Fué desagradable, muy desagradable al popula- <ho, la negativa del dinero implorado.., El hambre asolaba toda, la nación, desesperando a la cañalla ruin... Venían trigos de luengas tierras a precios fa- bulosos, por haber sido mezquinas las recolecciones; sucedíanse los robos, las quiebras fraudulentas, los adulterios y los suicidios... En los cargos que paga- ba el Estado afluía toda suerte de fraudulencia igno- rante o descarada, sorbiendo los dineros en razón inversa de los servicios y de los méritos...

A veces, cuando alguno de esos se elevaba por cuatro discursos retumbantes y media docena de hábiles intrigas, una farándula de adeptos venía a rodearle, de pronto, a proclamarle jefe enfática- mente en los periódicos, a jurar que él era el más eminente de los amigos y el más probo de los com- patriotas; y así se formaban pequeñas cortes ambi- <iosas, con los ojos inyectados a la mira del día pro- picio; en que, llevando la derrota a las facciones contrarias, pudiesen con la garra corva, y los maxi- lares voraces, trinchar en lo que de alimenticio. aún quedase en ese esqueleto de nación... De los bajos fondos de la masa veíanse surgir de repente criaturi- tas mozas talladas en cuña, desconfiadas, moluscoi- des y escurridizas, que ya en el ocaso de moceda- des subterráneas y sospechosas, agujerzando, suce- sivamente agujereando, conseguían en la flor de la celebridad asaltar por fin, con los cuernecillos en ris- tre, alguna posición culminante... Y sordos mineros

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