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LA CIUDAD DEL VICIO

nacionales; ¡y tenía visiones de tremendas catástro- fes!... Después rumores siniestros en fotoesfera a ca- da lúgubre episodio, fondos falsos de calumnia, li- bertinaje y crimen, ciñendo en espirales ciertas reputaciones venerandas en el extranjero y engol- fadas por millares en la podredumbrel... Semejante desorden rompía los re-= "tes del juego hosmósico en la vida de la sociedad y de la familia; la buena fe se desvanecía; moría el crédito; cada cual en una desconfianza eruptiva miraba de soslayo a todo el mundo, extraños, parientes, hermanos de armas, pensando lo contrario de lo que se les afirmaba, mordiendo los labios en un sarcasmo furioso, y con esta idea vibrando puñaladas sobre quien quiera que se aproximase a ellos:

—¡Tú me engañas, ladrón!...

Como en la lúgubre era feudal, el mucho sufrir pervertía las facultades; los locos y los maníacos se contaban por millares, había en el dibujo de las ca- bezas predestinaciones de patíbulo y esa melancolía negra de mochuelo, que viene de los estados enfer- mizos, roídos por un dolor moral. Porque la ruda ba- talla de la vida que todo lo exacerbaba, iba alteran- do en paso igual la fisiología rítmica de los grandes centros, haciendo hasta exagerado y falso el testi- monio de los sentidos; de lo que daban prueba los restos de literatura o de arte que aún había resistido, a pesar de las apatías dominantes.

Así no eran raros los que, vencidos de tedio, mo- rían maldiciendo de todo; los que emigraban pa- ra no volver más; los que se reducían a la condición

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