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FIALEO D'*ALMETDA

atmósfera de Pedroucos o Lavarrabos. Este purísimo azul cantado desde que hay liras, tan puro de ley, que ni las emanaciones morbígenas de la poesía chocha de otros tiempos consiguieron corrumper y estragar, siempre nuevo para los evohés de cada vate que lle- ga, es el gran poema colosal, que cada uno de nos- otros trata de metrificar y comprender, en el apren- dizaje artístico de cada espíritu en marcha hacia el supremo ideal de hondad, de justicia y de amor...

En cada mañana que nace, por las tierras que lánguidamente el arado surcó y las primeras folículas de las mieses germinantes aterciopelan de un tono verde y tierno: gor los barrancos orlados de arboli- llos sin hojas, espinos cubiertos de frutos rojos, ma- cizos de romeros silvestres, tomillos sombríos, jaras, ajenjos acres, retamas, mirtos, el sol vierte su pulveri- zación de oro en una serie de musicales vibraciones, cuyo ritmo solo percibe una pupila impresionista; vi- braciones por las cuales se afina la música de los pája- ros en el plumaje de los nidos y el Bizzicate de la ar- boleda regurgitante de savia; vibraciones que provo- can lentamente el deshielo en refulgente orballo, en la concavidad de los remolinos, a flor de los cuales irrumpen croando ranas, verdinegras y amorosas, can- tando también los couplets de su primer noviazgo de este año...

Con mi sombrero caído y mis botas de cuero Cru- do, sólidas y altas, cinturón prieto y chaqueta de pie- les,a la hora en que los señores están digeriendo aún salsas del restaurant Silva(1) y cariños de hetaira, voy

(1) Restaurant famoso por entonces en Lisboa y que aún hoy tene su representación en una de las callecitas que desde la Rua da Gloria bajan a la Avenida de la Libertad—N. del 7.

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