LA. CIUDAD DEL VICIO
sa, gastando precozmente los resertes íntimos de los espontáneos impulsos, de la abnegación, del sacrifi- cio, del amor y del valor, convirtiendo al hombre en un ser artificial y mecánico, con puntos de vista es- cénicos en sus movimientos y en sus discursos, des- consoladoramente egoista y cínico. No hay fuerza nerviosa que resista a este abuso de la vibración y hay días en que las ideas se nos barren, una igno- rancia imbécil nos estrangula, y brumosas tristezas de cárcel vienen descendiendo sobre nuestros ojos y nuestros labios, en el letárgico cansancio que llega siempre, después de semanas de exagerada mentali- dd. Quedamos entonces como sonámbulos, mira- mos sin ver, todo duele, una desesperación sorda nos tortura... Y el estómago no digiere bien, el pul- món nos niega su mecánica de fuelle, la sangre es tumultuosa, con una palpitación cortada de silencio, duelen las articulaciones, duélenos la cabeza, duéle- nos todo... ¡Es un ampulamiento sombrío, un odio contra libros, contra dioses y contra hombres...
En estas crisis mórbidas del alma en la bestia, nada como la intimidad del agua para reconstituir y para reposar. Se crea en nosotros una limpidez pro- vocada por la impecable serenidad del mar, extenso y liso como un espejo mágico. Cuando más, a veces, una elipsoide de espuma burbujea en el dorso de alguna aspiración más rebelde (deseo, orgullo refre- nado, sinsabor o pasión), como la ola que, destacan- -do pura de la gran masa, se orla de blanco al reven- tar en la playa...
¡Con qué quietud interior me extendí entonces
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